Cuando las entidades sociales cruzan la Antártida

“Se buscan hombres para viaje peligroso.  Salario bajo, frío penetrante, largos meses en la más completa oscuridad, peligro constante, y escasas posibilidades de regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.” Dicho anuncio fue supuestamente publicado (digo supuestamente puesto que a día de hoy se discute su autenticidad) en 1914 por Ernest Shackleton, con objeto de reclutar a la que sería su tripulación en la Expedición Imperial Transantártica, la primera que aspiraba a atravesar la Antártida por tierra. Se dice que contestaron cerca de 5.000 personas, de las que se escogieron los 27 tripulantes del navío Endurance,  “Resistencia” en castellano. Curiosamente, una de la máximas que nos ha quedado de Shackleton es que, quien resiste, es quien vence.

 

Enero de 1915. El Endurance queda atrapado en el hielo antártico. Y tras once meses de larga y dolorosa resistencia, haciendo alto honor al nombre con el que fue bautizado, el navío termina hundiéndose. Afortunadamente, tripulación, equipo y provisiones pudieron ser trasladados a campamentos en medio de la nada.

 

Si  bien la expedición resultó ser un fracaso, los acontecimientos la convirtieron en gesta, y hoy es uno de los mayores ejemplos de perseverancia y obstinación frente a la continua inclemencia de la peor de las fortunas posibles. Shackleton y su tripulación se lo pusieron difícil al mismísimo Destino.

 

Volvemos a la máxima de Shackleton: Resistir es vencer. Pero vencer no se traduce por éxito. Vencer es hacérselo pasar mal a los Hados que tantas piedras (y témpanos de hielo) nos pone por el camino.

 

Y vencer da paso inmediato e irremediable a una victoria vital, que es hija de la resistencia, que transforma a las personas que han resistido, y que finaliza como germen de gestas (bueno, esto último no ocurre todas las veces, pero no nos debe preocupar, lo verdaderamente importante es lo anterior, aquello de “que transforma a las personas que han resistido”, algo que siempre ocurre).

 

A día de hoy, más de un siglo después de la fallida (o no tan fallida) Expedición Imperial, está más vivo que nunca el ansia por superar los fríos e inhóspitos umbrales que nos delimitan y limitan.

 

Multitud Endurances que no saben que son Endurances resisten, intentando atravesar multitud de Antártidas.

 

Entre otros muchos (y sin el ánimo de restarle importancia a ninguno), hay Endurances con nombre de Fundaciones, de Asociaciones, de entidades sociales que navegan con sus escasos recursos y que, si bien no alcanzan el éxito previamente planteado, sí logran resistir y vencer, y con ello transformarse, transformar lo que les rodea, transformar un poco más el mundo.

 

Y a nivel más individual, ya sea en el metro, en la calle, vecinos nuestros, en el trabajo, en un funeral, en la sala de espera del psicólogo, en la sala de espera previo a una entrevista, continuamente nos cruzamos, compartimos y nos inspiramos sin darnos cuenta por multitud de Shackletons que no saben que lo son: personas transformadas y transformadoras con una vida plagada de fracasos que fueron grandes victorias.

 

Vencer tras resistir puede que no conlleve el éxito que nos propusimos en un principio, pero implica una victoria, una victoria transformadora que es, a la vez, el mayor de todos los éxitos, y que puede abrirnos camino a nuevas metas, nuevas expediciones, nuevos logros.

 

Y en ocasiones la victoria también se convierte en gesta, pero recordemos, eso no es lo importante, ¿eh?

Fernando Fernández-Gil, Coordinador de Voluntariado

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