Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia
El Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, celebrado cada 11 de febrero, subraya la importancia de promover la participación equitativa de mujeres y niñas en disciplinas científicas y tecnológicas. A pesar de los avances, persisten desafíos significativos: según la UNESCO, solo el 33% de los investigadores a nivel mundial son mujeres, y en campos emergentes como la inteligencia artificial, su representación es aún menor.
Esta subrepresentación no solo limita las oportunidades para las mujeres, sino que también restringe el potencial innovador de la ciencia al privarla de perspectivas diversas. Fomentar la inclusión femenina en áreas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) es esencial para abordar los desafíos globales y garantizar un desarrollo sostenible.
Al reconocer y apoyar el talento femenino en la ciencia, no solo avanzamos hacia la igualdad de género, sino que también enriquecemos el panorama científico con nuevas ideas y enfoques que benefician a toda la sociedad.
Agradecemos a Carmen Allepuz, por su colaboración en nuestra revista “Las Invisibles” y su interesante y valioso artículo que hoy queremos destacar. A continuación la primera parte.
EL ESPACIO EN CLAVE FEMENINA: CIENCIA, JUSTICIA E INSPIRACIÓN
Historias de mujeres que han revolucionado la astronomía, rompiendo techos de cristal, desafiando prejuicios y superando barreras sociales en las ciencias del espacio.
La astronomía, más que ninguna otra disciplina, enseña a quienes hacen ciencia a observar con paciencia y a descubrir lo que permanece oculto. Sin embargo, en nuestro propio planeta, la invisibilidad no es una cuestión de distancia, sino de decisiones humanas. Hay vidas que permanecen en las sombras, no porque carezcan de luz, sino porque a menudo se elige no mirar.
A lo largo de la historia de la astronomía, las mujeres han enfrentado obstáculos que no solo limitaban su acceso al conocimiento, sino que también desafiaban el entendimiento tradicional del cosmos. Sin embargo, muchas de ellas no se han limitado a observar el universo desde la distancia. Cada una, desde su trinchera, ha desmantelado barreras, ampliando no solo las fronteras del conocimiento, sino también las posibilidades para las futuras generaciones.
El valor de afirmar para cambiar
Cecilia Payne-Gaposchkin
En 2025 se conmemoran 100 años desde que Cecilia Payne-Gaposchkin, al igual que muchas de sus sucesoras, desafió el statu quo, enfrentándose a la resistencia de una comunidad científica que no solo desestimaba su trabajo por su género, sino que, en términos kuhnianos, también era reacia a un cambio de paradigma.
Nacida en 1900 en Wendover, Inglaterra, Payne-Gasposchkin mostró desde joven un interés por la ciencia, que floreció tras escuchar una conferencia de Arthur Eddington sobre la relatividad general. Su curiosidad la llevó a estudiar física y astronomía en Cambridge, aunque no pudo recibir un título formal debido a las restricciones de género de la época. Esto la llevó a buscar oportunidades en los Estados Unidos, donde se unió al Observatorio de Harvard bajo la supervisión de Harlow Shapley, astrónomo reconocido por defender la inclusión de mujeres en la ciencia.
En 1925, Payne-Gasposchkin completó su doctorado, escribiendo una de las tesis doctorales más brillantes de la historia de la astrofísica. Este trabajo pionero le permitía demostrar que las estrellas están compuestas principalmente de hidrógeno y helio, rompiendo así con la visión predominante de que el Sol y la Tierra compartían una composición similar. Esta tesis, a pesar de su excelencia, tuvo un rechazo frontal por gran parte de la comunidad científica en aquel entonces. Henry Norris Russell, astrónomo estadounidense que inicialmente desestimó sus resultados, más tarde publicaría un estudio en 1929 que ofrecía conclusiones similares, siendo suficiente para ser, no sólo aceptado por la misma comunidad que rechazó los hallazgos de Payne-Gasposchkin, sino a menudo acreditado con dicho descubrimiento en detrimento de la joven astrónoma.
Aquello no fue más que la punta de un inmenso iceberg, ya que, durante décadas, Payne tuvo que demostrar el valor de su trabajo en un campo altamente competitivo y superar, paralelamente, las barreras de género que se le imponían. Y a pesar de sus investigaciones cruciales y dar forma a varias generaciones de astrónomos, permaneció en puestos mal remunerados y secundarios hasta varias décadas después, convirtiéndose en la primera mujer profesora titular y directora de departamento en la Universidad de Harvard. Su carrera sigue siendo un testimonio del progreso científico y un recordatorio de las inequidades que aún persisten en la academia y más allá.
La voz omitida en la historia del Nobel
Jocelyn Bell Burnell.
En el seno de una familia cuáquera, comunidad religiosa reconocida por su énfasis en la paz, la igualdad y la justicia social, el 15 de julio de 1943 en Belfast, Irlanda del Norte, nacía Jocelyn Bell Burnell. Desde muy pequeña, comenzó a desarrollar su interés por la astronomía, lo que la llevó a estudiar física y doctorarse en Cambridge, una vez la institución parecía haber superado parte de las restricciones de género que la habían marcado durante años.
En 1967, como estudiante de doctorado, Jocelyn hizo un descubrimiento que revolucionó la astrofísica. Mientras revisaba manualmente los datos de un radiotelescopio que ella misma ayudó a construir, detectó unas señales cuya periodicidad y precisión desafiaban toda explicación. Tras meses de investigación, convenció a su supervisor, Antony Hewish, de que no se trataba de un error, sino del primer pulsar: una estrella de neutrones que emite radiación en intervalos regulares.
Aunque este descubrimiento abrió un nuevo campo en la astronomía, el Comité Nobel de 1974 otorgó el premio a Antony Hewish y Martin Ryle, excluyendo a la joven astrónoma, a pesar de ser ella quien había identificado y descifrado las señales. Aunque aceptó la decisión con humildad, señalando que los estudiantes rara vez eran considerados para el Nobel, muchos consideran que fue víctima de una de las mayores injusticias científicas del siglo XX.
En un entorno académico dominado por hombres, su posición, la llevó a ser más rigurosa y meticulosa, convencida de que debía demostrar constantemente su valía. Dicho convencimiento devino en no desviarse nunca de su trayectoria emprendida. Una trayectoria de brillantez intelectual y superación personal cuyo ejemplo nunca ha parado de ser predicado. Así, apenas hace unos años, Jocellyn donó todas las ganancias recibidas con el Breakthrough Prize, un galardón destinado al reconocimiento de los avances científicos de toda una vida, a la promoción de becas destinadas a mujeres, minorías étnicas y personas refugiadas interesadas en la física, demostrando que su característica perseverancia en un campo tan competitivo, así como su dedicación a la investigación científica, siguen siendo los estandartes de la valentía y el rigor necesario para enfrentar y desterrar a las sombras del prejuicio.
La consistencia del Universo
Vera Rubin
En 1975, un año después de la injusticia de Jocelyn Bell, la ya consolidada astrónoma estadounidense Vera Rubin hizo una contribución revolucionaria a la ciencia: a partir de su investigación sobre las curvas de rotación de las galaxias, que desafió las leyes de la física conocidas al mostrar que las estrellas en las regiones periféricas de las galaxias giraban mucho más rápido de lo esperado, fue capaz de inferir la existencia de una materia oscura, invisible, que constituye el 85% de la masa del universo.
Al analizar cómo se movían las estrellas en las partes externas de galaxias cercanas, como la de Andrómeda, Rubin descubrió que sus velocidades eran mucho más altas de lo que predecían las teorías de la gravitación vigentes en aquel entonces, implicando la existencia de una mayor cantidad de masa de la visiblemente observada, responsable de dichos efectos gravitacionales.
Este hallazgo resultó fundamental para la comprensión de un fenómeno esencial para la cosmología, a la par que misterioso debido a la poca información de la que disponemos hoy.
A pesar de semejante efeméride, los hallazgos de Rubin no fueron reconocidos de inmediato. Su teoría de la materia oscura, publicada en 1975 en coautoría con el astrónomo Kent Ford a partir de datos rotacionales sobre la nebulosa de Andrómeda, fue inicialmente rechazada por la comunidad científica. Y su merecido reconocimiento fue reiteradamente retrasado durante las siguientes décadas, siendo necesaria una incasable lucha sin cuartel hasta que la comunidad científica comenzó a comprender la magnitud de su trabajo. Hoy, su descubrimiento es considerado uno de los pilares fundamentales de la cosmología moderna.
Al igual que Jocelyn Bell, la científica nunca recibió el Premio Nobel, lo que ha sido ampliamente debatido como una de las mayores injusticias en la ciencia, algo que se agrava enormemente al tener en cuenta que, diferencia de la no menos grave iniquidad de Jocelyn Bell, Rubin era ya una científica consolidada y no una estudiante de doctorado. En la década de 1990, cuando la teoría de la materia oscura fue finalmente aceptada, Rubin recibió varios premios y reconocimientos por sus contribuciones, más la falta del Nobel sigue siendo una gran sombra negra que se cierne y levita sobre su legado.
- Carmen Allepuz
Graduada en Ciencias Ambientales. Con un Máster en Ciencia y Tecnología Química y un título de Experto en Comunicación Pública y Divulgación de la Ciencia. Actualmente es becaria en la División de Ciencias de la ESA, en el programa educativo CESAR (Cooperation through Education in Science and Astronomy Research).