Querida Leticia
Hoy, en el día de su cumpleaños, recordamos con cariño a Leticia, una mujer extraordinaria que dedicó su tiempo y su corazón a ayudar a otras personas mayores haciendo voluntariado en la Fundación.
Hace unos meses, "La Vieja Escuela" tuvo el honor de conocerla y entrevistarla, dejándonos un testimonio valioso de su valentía, su pasión y su amor por la vida.
Y aunque ya no esté físicamente con nosotros, su legado sigue vivo en cada persona a la que ayudó y en nosotras, que la recordamos con nostalgia pero con cariño y con la felicidad y la suerte de haberla conocido.
Gracias, Leticia, por todo lo que nos diste.
“La vieja escuela” es un proyecto colaborativo creado por Fundación Anesvad. Una iniciativa que abre la puerta a cualquier persona que quiera compartir sus experiencias y legado con el mundo. Una iniciativa que se suma a las muchas otras que como Fundación impulsa para mejorar la sanidad de miles de personas en África subsahariana. Apoya no solo a centros médicos, también sus procesos, sus materiales, su personal y sus pacientes. Innova día a día para garantizar un derecho fundamental, la salud. Una labor que lleva más de 50 años realizando.
Queremos felicitar y agradecer al proyecto "La Vieja Escuela" por esta valiosa iniciativa y por brindarnos la oportunidad de compartir las fotos y la entrevista realizada a Leticia.
Leticia Fuentes
Edad: 86 años
Profesión: Ejecutiva de banco
Canción: “Siete puñales” de Leo Marini
A Leticia la criaron su abuela paterna y su tía. En las fotos de aquella época aparece con vestido, zapatos y lazo a juego. Tiene cáncer de huesos, pero eso se te olvida cuando hablas con ella. Porque Leticia es toda fuerza, toda risa y todo empuje. Ella no se va a sentar encima de la maleta a esperar a que la muerte venga a buscarla. Entre otras cosas, porque no piensa marcharse.
Leticia se mueve bien en el terreno de lo incómodo. Su abuela, una mujer que la educó en la rigidez, era xenófoba. Su nieta le salió negrita. La educó para que no se moviera, para que estuviera siempre quieta, bien limpia y bien planchada. Ella se fue a vivir un tiempo a EE. UU, después volvió a Venezuela y empezó a trabajar en un banco. Se casó mayor y tuvo los hijos ya muy cerca de la cuarentena.
Su hijo comenta que la gran enseñanza que le ha legado su madre ha sido el desapego, pero no como algo malo, sino entendido como la libertad necesaria para ser uno mismo. Firme en el trabajo y flexible con sus hijos. Y no debe de ser mala combinación. Aún recibe mensajes de sus exempleados y en los ojos de su hijo se ve un amor y un agradecimiento infinitos por haberle enseñado que en la vida tú eres el responsable de tu camino.
Empecemos fuerte: usted se va a EE. UU sin saber ni una palabra de inglés
Sí, estuve dos años. Me marché a la Universidad de Michigan a estudiar el idioma. Volé de Caracas a Nueva York y de ahí me fui con dos amigas más al sur, a Detroit. Trabajaba en la universidad como mecanografista. Mi abuelo Luis me ayudó pagándome los boletos de avión. Para el resto, para la inscripción en la universidad y para el resto del viaje, pedí un crédito en el mismo banco que me dio el dinero para mi primera casa. El primer año no fue fácil porque el dinero que ganaba trabajando en la universidad lo enviaba a Venezuela.
Y se escapa de su abuela y de su tía, que la habían criado de una forma rígida y asfixiante…
Sí, ellas, queriendo lo mejor para mí, me habían educado utilizando el chantaje emocional. Me fui a EE. UU porque un médico me había recomendado poner límites y tomar distancia con mi tía Clotilde.
Mi padre y mi madre estaban separados. Ellos se casaron con otras personas y formaron otras familias. Yo no viví ni con uno ni con otro. Me quedé a cargo de mi abuela paterna y de mi tía. Y me repetían que si me pasaba algo, ellas eran las responsables. Por eso me tenía que quedar muy quietecita.
Y después de estar un par de años fuera, vuelve a Venezuela por insistencia de su tía, pero decide marcharse a Caracas con una amiga para romper esa relación tan castrante que tenía con ella, se casa a los treinta y dos años y tiene hijos ya muy cerca de los cuarenta. ¿Y es usted quien se hace cargo de la familia?
Sí, mi marido entra en depresión y deja de trabajar. Él se queda en casa con los niños y yo me encargo de llevar el dinero. En Venezuela, junto con la amiga con la que me había ido a vivir, trabajaba en una empresa de compra y venta de cables hasta que me llamaron del Banco Unión para que participara en la fundación de todas las oficinas de tarjetas de crédito del país.
Ahí comenzó la revolución de la tarjeta de crédito, ¿cómo fue aquello?
Imagínate. La gente no quería. Les decíamos: señor, ¿una tarjeta? Y te decían que no, que no querían. Era la primera vez que podían comprar a crédito y eso les asustaba.
¿Era fácil compaginar su trabajo en el banco con la familia?
No, pero tenía que hacerlo. En el año 83 me llamaron de Caracas para que fuera la coordinadora de todas las oficinas del país. Tuve que dejar a mis hijos con mi marido en Maracay. Iba todos los fines de semana a verlos hasta que pude llevármelos a Caracas. Gracias al esfuerzo, pude salir adelante con un problema grave como era la enfermedad de mi marido.
Y llega a España con 80 años y lo primero que hace es dirigirse a la Fundación Alicia y Guillermo para preguntar en qué puede ayudar a los demás. ¿Cómo decidió venirse?
Mis hijos vivían en Madrid. Me vine de vacaciones y cuando estaba aquí empezaron las revueltas en Venezuela. Yo había volado con Avianca. Venezuela rompió relaciones con muchos países, entre ellos Colombia, y Avianca no se hizo responsable de las pérdidas. El billete era carísimo y no se podía volar o no se sabía cuándo se iba a poder. Justo en ese momento se me cumplía el visado —me vine para tres meses— y decidí quedarme. Con ochenta años, sí.
Entonces decide ayudar en la Fundación
Sí, yo les dije a mis hijos que si me quedaba quería trabajar, hacer algo. No quería estar todo el día de brazos cruzados. Llegué a la Fundación y dije que quería hacer voluntariado, pero que no tenía papeles.
¿A qué ayudaba?
Pues ayudaba a los ancianos a llevarlos a las administraciones si tenían alguna cita con el médico. A resolver papeleo, vamos.
Usted, recién llegada, sin saber nada de Madrid, guiaba a los que ya llevaban décadas viviendo aquí.
Sí, algo tenía que hacer, ¿no?
Si vino de vacaciones, no tendría casi equipaje…
No, claro que no. Una maletita y el ordenador. Lo justo.
Y aquí ha tenido momentos muy buenos, pero también muy malos
Sí, pasé por un COVID terrible y por un cáncer de pecho. El de ahora es de huesos.
Volviendo a esa niña del vestido impoluto, usted era la negrita de su abuela, ¿sufrió mucho racismo por el color de su piel?
No, en Venezuela no se discrimina por el color de la piel. Hay mucha mezcla. Sí se hace por el dinero que tienes. Para que te hagas una idea, un compañero de mis hijos, que era negro, no les hablaba porque ellos tenían menos dinero que él.
¿Qué le dirías a esa negrita que la vestían de muñequita y quería ser libre?
Que en la vida debe tener paciencia y perseverancia. No hay que frustrarse si algo no te sale a la primera. Con dos muchachos, ¿Cómo me iba a frustrar? Tenía que seguir luchando. Y lo que quieres es que tus hijos tengan todo lo que tú no has tenido.
¿Y ahora cómo se siente?
Siendo anciana soy también feliz. La vejez no es el final, es otra etapa. Cuando vienen mis hijos y nos echamos unas risas, no estoy incómoda. Estoy feliz porque es otra etapa de mi vida. Y no la considero dura.
¿No la considera dura?
No, las enfermedades vienen. La vejez viene. La muerte viene. Yo tengo varios caminos abiertos: el camino del azúcar, el del cáncer…. Y por uno de esos caminos te vas. Mientras tanto, no te vas a sentar encima de la maleta a lamentarte y a esperar a que la muerte te lleve. Porque, si viene a por mí, no me pienso ir (ríe).
Yo veo la muerte desde un punto de vista genérico. En el momento que uno se va, se fue y ya no hay nada más. Yo soy católica porque me crie bajo esa religión, pero no soy apostólica y romana, y te digo que creo que existe algo poderoso, pero no ese dios que viene y te castiga. A mí ya me castigaron mucho de pequeña. Cuando me muera, que me metan en una cajita y no hay ya más fiesta. La fiesta la estamos teniendo ahora aquí, en este momento.
Nosotros nacemos, vivimos y morimos.
Es una etapa más, ya está.
El 14 de noviembre de 2024, Leticia falleció tras una larga enfermedad. Fue un privilegio haber compartido momentos con alguien tan especial. Aunque las palabras no alcanzan para expresar nuestra gratitud por haberla conocido y aprendido de ella, su ausencia nos deja un vacío inmenso.